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martes, 1 de febrero de 2011

Con este poema de Otilio vigil Díaz inicio la entrega de la Colección De Poemas Magníficos Dominicanos

Este vardo es acusado de haber intrucido el versolibrismo en nuestro territorio, además se le cataloga como el culpable del establecimiento del verso en prosa, y, entre otras imputaciones, la de ser el ¨gran renovador de nuestra lírica¨...¨nuestro Boudelaire¨ a juicio de Basilio Belliard ( La espiral sonora, 2003) conceptos que compartimos y para dejar por bien sentados nuestros argumentos, les ofresco esta joya de la Literatura Dominicana y Universal:



Jonondio
                                                     
                                                   
La muerte, y la soledad de la muerte
                                                                     es la única certeza común.

                                                                   
Federico Nietzche

     En la agonía del crepúsculo, la necrópolis es un mar misterioso y triste. Los sepulcros, naves de los muertos, bogan en las olas polvorientas de la realidad. Las pequeñas, las humildes, las anónimas, fingen mugrientos esquifes de pescadores destartalados por la tempestad. Otras, pintarreadas, o con franjas negras y blancas, son a manera de barcas de cabotaje. Las tumbas mayores se destacan como barcas de alto porte, con verónicas en los mastiles, cinceladas de elogios y súplicas pueriles; con severos mascarones familiares, con raudos ángeles y núbiles panaglias; Con estatuas simbólicas de pórfido o de mármol; con abigarradas coronas de abalorios en las bordas; con ánforas de terracota y de porcelana; con muda arpa y luminosos candelabros. Algunas leprosas, con vagos epitafios y tercas parásitas, con raíces que le rompen las entrañas, resquebrajadas, a la sombra piadosa de los viejos pinos musicales, o de los sauces melancólicos son a maneras de focas nostálgicas que bogan sobre el témpano glacial de la indiferencia...
     Así van las naves de los sepulcros, las tumbas de los muertos. Sin penachos de combates, sin banderas de vampirismos; timoneadas por el viejo piloto de las barbas de plata y ojos color de esmeraldas, claros y dulces como la esperanza; con la proa hacia occidente, hacia las húmedas y dolorosas fauces del Aqueronte; con las pupilas rostarias fijas en la Eternidad... en la Nada.
     Así van las tumbas de los muertos, las naves de los sepulcros: orgullosas, humildes, tristes o alegres. Unas, con las bodegas llenas de horripilantes y hediondas carroñas. Otras, llenas de polvo, de cenizas de vanidad, de cenizas de amores, de cenizas de ensueños, de cenizas de orgullo, de cenizas de pensamientos, de cenizas de virtudes, de cenizas de maldades, de áureas mitras, de púrpuras cesáreas, de jorobas de bufones, de vísceras de cortesanos, de las zarpas de los avaros, de cráneos vacíos, de médulas huecas, sin inquietudes ya, de tórax abiertos como jaulas olvidadas.
     Así van las naves de los sepulcros, las tumbas de los muertos.

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