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martes, 1 de febrero de 2011

Gracias Aurelia Alvarez por compartir nuestro mundo de arte

Hola Randolfo Ariosto, a mi tambien me gusta recorrer ese bendito mundo de la literatua, caminar con  ella y  beber sus delicias en cada página en blanco.
En algunos momentos dejo a mi imaginación en libertad para que ella haga lo que le plazca en las páginas en blanco y pueda surcar mares, montañas, pendientes y pueda llegar hasta los lugares más escondidos e impenetrables.
Aurelia Alvarez.
Con alta estima por el arte.

Gracias a Pedro Ovalles por compartir sus hermosos textos con nuestro mundo de arte.


Dentro de todo lo mirado, siempre se guarda en la memoria un paisaje que la luz no ha besado. Cerramos los ojos, endurecemos los labios, matamos las palabras: no somos terrícolas; somos silencio de otro silencio; el aire ha invadido otro aire. Aquello tan opaco, traslúcido como un rostro olvidado. Siempre la misma lejanía. Un cielo allá detrás de lo soñado. Es como morir, como barnizar de ceniza la idea. El color de lo pensado adquiere la dimensión de la eternidad. Esa distancia, ese pensamiento tan alargado como una hebra de sol, un tanto escupido por la noche, despellejado a destiempo, no tiene el statu del fuego, no es calle transitable, no es acuarela de ningún pintor: memoria de un paisaje que la luz no ha besado.


Cuando estamos sordos, como fuera de este mundo, rodeado de una coraza de odio, no hay puertas, ni un intersticio donde la tarde deje oír su lamento. Es cuando existimos sin la presencia de nadie, metidos dentro de hierros, apretujados entre duras púas, envueltos en hojalata, irremediablemente inmóviles, como sostenidos con clavos de rabia en el fondo del mar, olas y peces tirando de nuestra voz, desollándola como res sin dueño. Ahí, dentro de una jaula transparente, no podemos mirar otras urbes, hacer ademán con los brazos; ahí, atados con hebras de fino desdén, abandonados como liebres en un desierto, sólo el polvo de las horas sobre la piel, sólo la brisa de la nada metiéndosenos por la nariz. Y saber que allá o aquí, fuera o dentro del tétrico círculo que nos aprisiona, una sola salida se avizora: la inevitable eternidad, la fría escapatoria hacia nosotros mismos, donde todo es silencio, inocente aire, hueca la mirada, podrida la palabra, girando hacia ningún lugar, sin que nadie nos espere, como sordos, como fuera de este mundo, rodeados de una coraza de odio. (Del libro inédito: EL COLOR DE LA ETERNIDAD).



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