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jueves, 3 de febrero de 2011

Tercera entrega de la Colección De Poemas Magníficos Dominicanos del colosal franklin Mieses Burgos

ADAN DE ANGUSTIA
 
Ahora tengo el anillo cerrado de su nombre
como una gran cadena sobre mi corazón.

Todo él me circunda y, sin embargo, lloro
vencido por la angustia de su cielo de siempre;
el dolor de su pecho cubierto de raíces;
la inmóvil permanencia de su mundo inmutable
donde todas las formas lograron su presencia,
su realidad concreta de cosa terminada.

Queda mi incertidumbre destruida a la orilla
terrible de su orbe, donde ya nada empieza,
donde nada comienza después de sus palabras.

Ahora soy el objeto final de sus bondades.
El más noble fantasma que colma su deleite.

Sin embargo, yo tiemblo de horror, yo me devoro
sepulto en este clima salido de sus manos,
en medio de esta arena caliente donde él puso
toda su enorme fuerza para crear el aire,
la noche de esa fruta donde madura el alba.

Aquí fueron los peces, las palomas, los nardos;
aquí los caracoles primeros, los corales
de enrojecida voz despierta entre las aguas.

Aquí fueron las rosas lo mismo que los pájaros.
Ningún ángel valiente traspone mis umbrales.
El mismo fuego aún es propiedad del cielo.
Fundo de los demonios que pueblan la intemperie.
Sólo el gran abandono del tiempo está conmigo.

Oh señor de la voz donde nacen los soles!
Qué quieres tú de mí que me dejas tan solo,
clavado ante el silencio de esta atmósfera tuya,
donde ningún esfuerzo derrumba las murallas,
la gran pared eterna que limita tu rostro?
Eres sólo una máscara cubriendo su misterio,
una piedra cerrada donde sueña mi infancia?
Aquella oscura infancia que en tus manos no tuve?

Algo me está por dentro creciendo como un río.
Algo me está quemando como una llama viva.
Siento como una espada caliente entre mis ingles.
Una espada de fuego que incendia mis entrañas.

Qué puedo hacer ahora de nuevo con tu nombre
después que estas palabras cayeron de mi árbol?
Qué puedo hacer de nuevo con ellas, Alfarero?

Ya estoy lejos del barro con te entretenías.
Ahora soy un brazo que siembra una semilla,
un gran surco despierto, una luz en vigilia.

De quién aquella voz, aquel hondo vagido
que resopla en mis venas profundo como un río?

Quién en mí está clamando,
erguido ante el abismo de su propio delirio?

Su nombre lo presiento tras un cielo de hojas
mordidas por los dientes pequeños de la brisa,
ante la voz posible de una anciana serpiente,
en la era redonda de todas las mañanas.

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